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miércoles, enero 31, 2007

El más grande músico de Francia - por César Vallejo



Publico este artículo ya que veo que no tiene existencia en internet aún. Lo encontré en la revista Cuadernos / Conservatorio Nacional de Música del Perú -- No. 1 (1999).


EL MÁS GRANDE MÚSICO DE FRANCIA
autor: César Vallejo

En 1926 apareció en la revista Variedades (Lima, 24 de julio) una crítica musical de César Vallejo enviada desde París, resaltando la importancia de Erik Satie en la música francesa. Aunque no siempre objetivo con respecto a la importancia histórica de Claude Debussy, es sin duda una valiosa confirmación del interés de Vallejo por el arte de su tiempo.

Justamente, al día siguente de haber asistido a un espectáculo de La Boite a joujoux de Debussy, en la Ópera Cómica, toca la casualidad de que asista yo a la representación que en el teatro Sarah Bernhardt ofrecían los Ballets Rusos, que dirige Serge Diaghilev, en honor a la memoria de Erik Satie. La obra de Debussy rezumaba aún a lo largo de mis nervios, cuando iba yo a saborear la música de Satie, que estaría alternada esta vez con Stravinsky. El programa de ese día ha sido el mejor de la temporada rusa. Se dio los dos músico más fuertes acaso de los últimos tiempos y se dio tal vez lo mejor de ellos: Parade y Jack de Erik Satie y Noces y Petrushka de Stravinsky. Razón tenía, pues, el público de haberse agrupado a las puertas del Sarah Bernhardt, desde las seis de la tarde. Público cosmopolita, compuesto en sus dos terceras partes de gente nórdica; eslavos y escandinavos. En cuanto a la clientela de habla española, no hubo, que yo sepa, mayor asistencia. Mientras siempre es frecuente oír el español en los cabarets del Montmartre, da pena que no suceda otro tanto en el foyer de los teatros de alta cultura. En París hay ahora una extensa colonia de españoles y latinoamericanos; ella se hace notar en todas partes y rara vez en los espectáculos de arte avanzado. Nos falta curiosidad. Nuestras colonias se quedan en la comedia francesa y en la ópera, cuando no prefieren las soirés inocentes del Ermitage o del Carlton. No les atrae lo nuevo, la última palabra, en fin, en materia de cultura. Se está en París, como si no se estuviese.


Pero quién sabe tienen razón. Los mismos franceses, ¿conocen acaso a Erik Satie? La inquietud de un buen francés burgués ¿llega acaso hasta Erik Satie? Estrambótico, tímido hasta lo increíble, -dice Roland Manuel, refiriéndose a Satie- este músico, a quien la Escuela Francesa debe tanto, permaneció largos años tan poco conocido en la sociedad, que el enigma de su personalidad desconcertaba a los investigadores más obstinados y sigue todavía impenetrable para muchos. No es que él fuese ignorado: todos aquellos que se interesan en la música habían por lo menos retenido la sonoridad del nombre misterioso de Erik Satie, pero, hasta donde es imaginable, su obra y su vida eran muy mal conocidas.


"Yo recuerdo, -continúa diciendo Roland Manuel- que en 1909, un importante mercader de música me juró que no existía más que algunos valses y dos cake-walks de Erik Satie. Algún tiempo después, encontré en casa de un amigo a una señora que me aseguró que Satie dirigía en la Avenida Trudaine un pequeño establecimiento de baños..."


Erik Satie, que hace un año murió en París y a quien fui presentado por Vicente Huidobro en Montparnasse, fue durante toda su vida un hombre obscuro, pobre y sin gloria, el más desconcertante, el más genial de los músicos franceses. Nacido en Honfleur, el 17 de mayo de 1866, Satie, por sus orígenes maternos, tenía sangre escocesa, circunstancia que marcaría, sin duda, de un humor tan particular su vida y su sensibilidad. A los doce años, abandona Honfleur y viene a París.


Desde su ingreso al Conservatorio y siendo aún muy niño, empieza a componer piezas de música. Su primera obra, un "Vals-Ballet", data de 1885. En 1887, Satie compone sus tres Sarabandes, para piano, que Debussy habría de imitar algunos años más tarde. Con estas Sarabandes, Satie inicia su verdadera labor inmortal. Toda ella, compuesta de melodías, música de escena, ballets, intermezzos y dramas líricos, hasta su obra máxima Sócrates, debió de abrir, al decir de la crítica, un horizonte totalmente nuevo en la música moderna. El mismo Debussy hizo suyas las ideas de Satie y decía: "He aquí el nuevo camino. Hasta Satie la música ha reposado sobre un principio falso: se daba demasiada importancia a la fórmula, al metier; se combinaba y se construía temas que querían expresar ideas. Se hacía así metafísica y no se hacía música, la cual debe ser registrada espontáneamente por la oreja, sin que haya necesidad de descubrir ideas abstractas en los meandros de un desarrollo complicado. Pero he aquí, al fin, el nuevo camino". Y Debussy fue el primer discípulo de Satie. Debussy siguió, sus orientaciones temáticas y técnicas. Desde el primer momento, el autor de Pelleas y Melisande la imita de manera consciente y deliberada y hasta en ese drama lírico, Debussy realiza la estética de Satie.


En 1892, fecha del estreno de Pelleas y Melisande, se da un caso absurdo de trueque de destinos: mientras Debussy se yergue como el músico más grande, aunque muy discutido, de Francia, Erik Satie, con una copiosa producción ya bajo el brazo, se sume a la sazón en el silencio y la obscuridad. ¿Por qué, -se preguntan ahora todos- ese hecho anormal? Se cree que Satie no había ganado el Premio de Roma, que da la celebridad oficial y había, en fin, cometido el mayor de los delitos contra la crítica y el gran público: el haber debutado ay! con excesiva rebeldía y con obras propicias para seducir a los editores! Así se explica cómo, siendo Satie más grande que Debussy, éste, en cambio, más accesible al público, le haya opacado.


Pero, la fuerza del genio es incontrastable. Después de un silencio de diez años, durante el cual Satie se dedica a un estudio profundo del contrapunto y a una severa disciplina de sus dones naturales, el 16 de enero de 1911, la Societé Musicale Indépendante organiza un concierto en que se dan todas las obras del maestro. Maurice Ravel tuvo entonces a honor revelarlas. Desde aquel concierto empezó la boga de Satie en París. Un destino favorable alienta su nueva producción. Las ediciones de sus obras multiplican y traspasan las fronteras de Francia.


Erik Satie se constituye luego en jefe de una Escuela Musical, dentro de la cual figuran los mejores músicos contemporáneos: Darius Milhaud, Georges Auric, Arthur Honegger, Francis Poulenc, Louis Dury y otros. Satie, que inspirara y formara el debussysmo, se había renovado posteriormente una y cien veces, sobrepasando a la postre, la estética de Pelleas y Melisande, que él auspiciara. Esta nueva música satiana, instaurada sobre las ruinas del debussysmo, surgía paralelamente a la que Stravinsky fundaba a la sazón en su país, sobre las ruinas del impresionismo ruso.


Erik Satie a su muerte, dejó su nombre en el primer puesto de la música francesa contemporánea. Todo cuanto se hace hoy, por los mejores artistas, sellado está de su mano prepotente.


El homenaje de los Ballets Rusos en el teatro de Sarah Bernhardt, viene a sumarse a una serie ya larga de homenajes póstumos a Satie. Homenajes de los más altos músicos y escritores de vanguardia. Jean Cocteau ha dicho de Parade, que es, de punta a punta, una obra maestra de arquitectura. "Esto es lo que no pueden comprender, dice Cocteau, -las orejas habituadas a lo vago y temblequeante. En Parade una fuga se desencadena al principio y da nacimiento a ese ritmo peculiar a la tristeza de las ferias. Luego, vienen las tres danzas. Sus numerosos motivos, distintos unos de otros como objetos, se siguen sin desarrollo y sin encabritarse. Una unidad metronómica preside a cada una de estas enumeraciones, las cuales superponen la simple silueta del rol y los ensueños que éste suscita. Es la poesía de la infancia, tradada por un técnico maestro".


En cuanto a Jack, el otro ballet representado en el Sarah Bernhardt, está formado por una serie de danzas inspiradas sobre música inédita de Satie y orquestadas por Darius Milhaud. En Jack se advierte las mismas bellezas de simplicidad y sugestión cómica de Parade. La música allí gesticula, hace barra, se muerde el codo, calla o "escupe por el colmillo y mea contra el viento", como diría Percy Gibson. Porque, sobre todo, Satie es un humorista acabado. Hasta sus obras serias, no son serias. El auditorio ríe siempre como en el circo. Salvo en Sócrates, ante cuyos cantos griegos la serenidad llena el horizonte con sus aguas tranquilas y perfectas. Satie fratellinazaba, en las noches, pero en el día, se sentaba a la diestra de los mármoles.


Después de La Boite a Joujoux de Debussy, sentí en el teatro Sarah Bernhardt la emoción de un arte brutalmente nuevo, pleno de sabor y de vida, de agilidad y de fuerza. Debussy no quiere expresar ideas, pero cae en la trampa de expresar ruidos. Satie no expresa esto ni aquello. Su arte, como el de Stravinsky, es la vida misma, escueta, a priori, una cosa endiablada, es decir, la vida. En Satie se ve cómo la música llega a ser un arte tan alto y puro, libre e incondicionado, que deja ya de ser arte. Y quizás este es el gran camino: matar el arte a fuerza de libertarlo. Que nadie sea artista. Que el compositor o el poeta componga su música o escriba su poema, de modo natural, como se come, como se duerme, como se sufre, como se goza. ¿Dónde está el comedor-artista, el dormidor-artista, el gozador-artista? ...¿Quién duerme sueños expresionistas? ¿Quién sufre sufrimientos románticos? ¿Quién goza goces clásicos?...


Que el acto de emocionar sea un acto literalmente natural.


Hacia allá iba a Erik Satie.


Y, como iba hacia comarcas tan altas, murió pobre, obscuro para las multitudes, en su humilde y solitario cuarto, donde en lugar de alhajas y levitas, los hombres encontraron, a la cabecera del gran muerto, unas solfas mugrientas y gloriosas.


 
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